Hace unos días, mientras regresaba al hogar por las onduladas calles internas -secretas- que me evitan la espesura mecánica, el denso tuco motor que es la General Paz a la hora pico, me crucé con un pasacalle. No era de los clásicos que saludan al recién recibido o a la quinceañera de ocasión, sino que agradecía a un santo.
Puntualmente, el agraciado era San Expedito. Era un cartel más bien llano, algo ramplón, con el blanco ya grisáceo producto del tizne nocivo del smog motor al que lo somete el diaro pasar de los autos. Nada de lujos para el cartel, entonces. Ni siquiera unas letras doradas. Ni una borla celestial, muchos menos un angelito con arpa en mano. Groseras letras, rojas las grandes y azules las más pequeñas, que delataban el nombre de una señora, beneficiaria de la obra y gracia de San Expedito.
Seguramente la doña recorrió una gran distancia para llegar a la Parroquia consagrada al santo a bordo de, imagino, el transporte público. La iglesia no estaba cerca del cartel, convengamos, pero si ya fue para pedir, ¿por qué no volver para agradecer? ¿Tanto costaba tomarse la molestia? Digo, si ya había ido una vez a gestionar por sus asuntos terrenales al don Expedito, porqué no volver y mostrar algo de gratitud. Ir, rezar, dar las gracias y marchar. Nos domina la holgazanería una vez obtenido el resultado.
Se avecinan tiempos mundialistas, donde más de uno abunda en promesas que, tras ser ejecutadas a viva voz, se esconden luego bajo el barullo de la vida diaria. Amén de las personales, hubo una promesa, colectiva, que aún hoy se recuerda pues funcionó, mas no se agradeció en tiempo y forma. Y de ahí una maldición que perdura hasta hoy. Antes del Mundial 86, la Selección toda, desde Bilardo hasta el último de los utileros fueron a Tilcara, Jujuy, a hacer un trabajo previo para adaptarse a la altura Azteca. Eso decía la versión oficial, pero los muchachos del Narigón aprovecharon para prometer ante la Virgen, un regreso al pueblo si levantaban la Copa del Mundo. Como es sabido, nadie regresó jamás. El balcón de la Rosada fue suficiente y si algún memorioso gritó el agradecimiento, fue tapado por la muchedumbre enardecida. Por más que algún voluntarioso quiera juntar al plantel y hacerlos regresar, ya no se podrá. Larry Cucciufo pasó a mejor vida luego de un accidente con una escopeta. Tarde para píar, pues. ¿Será otro mundial frustrante por no haber combatido la holgazanería a tiempo? Si la AFA está con otros menesteres y ya no tiene tiempo de mandar emisarios a Tilcara para gestionar el perdón correspondiente, por lo menos, que alguien cuelge un pasacalle con alguna leyenda alegórica sobre la calle Viamonte.